CONCLUSIONES
La
existencia de un verdadero Estado de Derecho que posibilite el funcionamiento
de una democracia real, para el desarrollo de una cultura de tolerancia y
aceptación del otro, y cuyo funcionamiento político se soporte en la vigencia y
respeto de los derechos humanos, en sociedades como la nuestra, es quimérica.
El país ha trasegado una historia, atravesada por conflictos de control y
sujeción, en la que el noble, el patrón, el cacique y el gamonal, se las han
ideado para lapidar y explotar al trabajador. El Estado, inmisericorde a los
clamores populares, ha defendido y puesto al lado de los detentadores del poder
y de la fortuna. Ha cohonestado y violado, durante épocas aciagas de nuestra
historia, los derechos básicos de la condición humana y se ha envuelto en un
aura de debilidad que es el telón de fondo, tiene la “justicia” privada de los
grupos poderosos, agentes de violencia y enemigos de los derechos humanos.
Es
evidente que persisten retos para lograr la plena garantía de los derechos humanos
que exigen mayores esfuerzos y eficacia del Estado, pero también lo es que ha
habido importantes avances en la materia, posibles por el trabajo decidido y
coordinado de todas las instituciones que, en cooperación con la población
civil.
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